Las mil y un historias desde el quinto piso, es el título que le pone el Telégrafo al concierto que realizo Ricardo Arjona en el estadio Alberto Spencer ubicado en Guayaquil – Ecuador , dicho concierto el cual duro dos horas estuvo lleno de historias, amor, pasión y a todo lo que Ricardo Arjona nos tiene acostumbrados en sus conciertos.
Todas las historias de Ricardo Arjona se desarrollan en una calle ficticia. En una que tiene un edificio de cinco pisos, y en el que Arjona es su relator. Son historias, de aquellas en las que, como él dice: “cualquier parecido con su realidad es pura casualidad”. De esas que hablan sobre taxistas, la soledad, amores y desamores, la desnudez de la mujer como algo divino, del temor que otros tienen de ‘salir del clóset’ y enfrentar la homosexualidad, de si el norte de América fuera el sur, y un montón de reflexiones más que ocurren a diario.
Y ese barrio no es más que una recreación a punta de pantallas gigantes que proyectan ascensores, balcones. De réplicas de bares, con luces de neón, mesitas y barra incluidos, tal como lo concibieron Arjona y el productor de montaje, Roly Garbareza, para el show Quinto piso, que ofrecieron el miércoles pasado en el estadio Alberto Spencer.
A las nueve y cuarto Arjona aún no estaba en el escenario, pero su voz se escuchaba con “Cielo arriba, suelo abajo/ pan de trigo, luz de neón/ yo vivo aquí, quinto piso/ no consigo sonreír”, de su canción Quinto piso, mientras la pantalla central reproducía el descenso del elevador que llevaba al también ex maestro escolar.
Quinto piso… cuarto…tercero…segundo…primero…planta baja. Una puerta se abre y deja ver al cantante guatemalteco, con el cabello recogido y vestido de negro.
Casi sin parar dejó escapar de su garganta El del espejo, Acompáñame a estar solo, Desnuda y Realmente no estoy tan solo, en la que dejó que el público la coreara.
-¿Ya ven? Realmente no estoy tan solo”, decía en referencia a la compañía de sus fanáticos en el estadio.
Aunque Arjona es conocido como un tipo parco fuera del escenario, durante sus conciertos su actitud es opuesta. Es la de un tipo muy conversador. Incluso abrazó a una mujer mayor en el escenario, mientras le dedicaba Señora de las cuatro décadas. En su show también simula escribir una carta por computadora, mientras el público le dicta y su contenido aparece en la pantalla gigante o aquel que improvisa un karaoke (en la canción Minutos).
Como su repertorio es tan amplio (14 discos) se quedaron muchas clásicas como Quién diría, Amor de tele, La primera vez y otras, pero cantó Dime que no, Como duele, Te conozco y Que nadie vea.
Arjona, a ratos, toca la guitarra de palo o un piano con la forma de la trompa de un automóvil. Incluso se sienta en el bordillo del escenario para estar más cerca de la gente. Así lo hizo con Tocando fondo, de su disco Quinto piso.
Para recrear su famosa Historia del taxi se dejó caer en una pequeña tarima cubierta por una tela que proyectaba la imagen de aquel coche Volkswagen escarabajo, del que Arjona habla en su canción.
-A ver, ¿qué sigue? Ustedes saben lo que sigue, bromeó antes del último estribillo que dice: y la rubia para el taxi a las diez en el mismo… lugar.
Los shows de Arjona no solo son grandes escenarios. Los músicos que lo rodean (esta vez dispersos en las terrazas de los edificios) son clave en sus shows. Ellos adaptan las baladas al son, a punta de bongós, piano y hasta violín. También pueden tocar rock.
-Tengo una trilogía de historias que tienen que ver una con la otra. ¿Con cuál empiezo?, fue el preámbulo para presentar El demonio en casa, Buenas tardes don David y Casa de locos.
Para la primera explicó que se trataba de un tipo que vive solo que invita a una mujer a su departamento, y ella se queda permanentemente.
En la segunda narró cómo conocía a los padres de ella; mientras que en la tercera (ya casados) descubre que en casa de sus suegros pasa de todo.
Arjona paseaba de un extremo a otro. Recorría los 40 metros de escenario para conversar como si estuviera en una tertulia con sus amigos. Y claro, el tema estelar siempre era la eterna rivalidad de los hombres y las mujeres.
De repente, la voz de una cincuentona interrumpió uno de sus relatos. Era la cantante mexicana Paquita la del barrio (al menos su voz e imagen en un video que le permitía interactuar con Arjona).
-A ver Paquita, ¿qué canción me dedicarías?, preguntó el guatemalteco.
-Rata de dos patas…(famosa canción de la mexicana). Luego se pusieron de acuerdo para cantar a dúo Ni tú, ni yo.
Eran las once y media de la noche. Tras entonar Si el norte fuera el sur y El problema, Arjona amagó irse por primera vez. Lo hizo para cambiar su camisa negra por una blanca y cantar Tarde (Sin daños a terceros) y Pingüinos en la cama. Y desapareció por segunda vez. Regresó con una camiseta negra ajustada para su clásico Mujeres. Se fue, pero ahora sí no volvió más.
Enlace | El Telégrafo
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